LA PRIMERA NOCHE EN EL FUSELAJE DEL FAIRCHILD 571
Aquel viernes 13, tras el impacto del avión contra la montaña, lo que quedaba del fuselaje se precipitó a toda velocidad por la ladera de la montaña como si fuese un tobogán gigante.
Se paró de golpe, con un fuerte impacto contra una montaña de nieve. Todos los asientos se desprendieron del anclaje y se precipitaron contra el compartimento de equipaje, en la parte delantera del avión.
A partir de ese momento, comenzaron las que para muchos de los sobrevivientes fueron las peores horas de sus vidas que no dudan en compararlas con un auténtico inferno.
En el momento en el que el avión se detiene, la mayoría de los pasajeros se encontraban atrapados en la montaña de escombro que habían formado los asientos del avión al desprenderse de su fijación.
Algunos consiguieron liberarse, y comenzaron a ayudar a los que estaban atrapados y/o heridos.
¿Había médicos entre los supervivientes del accidente aéreo?
Gustavo Zerbino y Roberto Canessa (ambos estudiantes de medicina, de 1º y 2º año respectivamente) enseguida asumieron el papel de “doctores” prestando los primeros auxilios a aquellos que los necesitaban.
Ver lista de fallecidos y heridos en el accidente del Fairchild 571
Marcelo Pérez del Castillo, el capitán del equipo de rugby Old Christians, asumió el papel de organizador y comenzó a dar órdenes para intentar poner un poco de cordura en aquella situación dantesca llena de caos. Algunos chicos deambulaban desorientados por los restos del fuselaje sin saber cómo actuar, mientras otros como Bobby François, se limitaban a sentarse en la nieve y fumar, preso del pánico y el horror que se mostraba ante sus ojos.
Escuchaban gemidos provenientes de la cabina de los pilotos, pero no se podía acceder desde el interior del avión.
Moncho Sabella consiguió llegar a la cabina desde el exterior, y allí descubrió que Ferradas y Lagurara estaban atrapados entre sus asientos y los instrumentos del avión.
Ambos tenían heridas mortales. Ferradas ya había fallecido, y Lagurara agonizaba, todavía consciente.
Preguntaron a Lagurara dónde se encontraban, y este les dijo que habían pasado Curicó.
Poco más tarde, Lagurara, viendo era imposible liberarlo, rogó a Zerbino y Canessa que por favor le entregaran el revólver que llevaba en la cartera.
Ellos en ningún momento contemplaron acceder a su petición.
Dentro del fuselaje, Marcelo Pérez del Castillo organizaba a los muchachos que no se encontraban heridos de gravedad.
La llegada de la noche era inminente, estaba oscureciendo y la temperatura comenzó a descender muchos grados bajo cero (se estima que en aquella época del año, a esa altitud, las temperaturas mínimas oscilaban entre los -30 y -40 grados).
Era obvio que el equipo de rescate no llegaría aquel día, por lo que debían prepararse para pasar la noche dentro del angosto espacio que pudiesen liberar en el fuselaje. Los chicos que todavía podían trabajar comenzaron a limpiar la chatarra del interior del avión.
Consiguieron liberar un pequeño espacio en el que tendrían que pasar la noche 32 personas.
Marcelo, con la ayuda de Roy Harley, construyó una barrera que bloquease el gran boquete por el que se rompió el fuselaje. Se sirvieron de maletas y asientos, que apilados, conseguían resguardarlos un poco del gélido viento andino.
Uno de los principales retos, era sobrevivir a las temperaturas extremas a las que tendrían que enfrentarse esa noche. Vestidos en mangas de camisa y con mocasines, la sensación térmica era paralizante, y el riesgo de morir congelados inminente.
Pronto descubrieron que golpeándose unos a otros conseguían incentivar la circulación sanguínea y no congelarse. También desenfundaron las tapicerías de los asientos para poder cubrirse con algo.

A pesar de todo, el frío que pasaron aquella noche es difícil de imaginar.
Sí, habían sobrevivido a un accidente aéreo en las montañas, pero en la oscuridad más absoluta, aquella primera noche todos ellos temieron perecer a causa del gélido frío andino.
Incluso peor que el frío de aquella noche, era el ambiente de pánico y la histeria que reinaba en el fuselaje.
Los heridos se lamentaban y gritaban de dolor a causa de sus lesiones. Se oían alaridos de dolor cada vez que alguien, por ejemplo pisaba la pierna quebrada de alguno de los lesionados.
Durante largas horas también oían a Lagurara, que todavía atrapado en la cabina de los pilotos, gritaba pidiendo agua, su revólver o repitiendo que habían pasado Curicó.
Las quejas más dolorosas eran las de la Sra. Mariani, que pese a los esfuerzos por liberarla, seguía atrapada bajo los asientos.
En algún momento Diego Storm se dio cuenta de que, aunque Parrado estaba inconsciente, estaba vivo y sus heridas no parecían tan graves, por lo que lo arrastró hasta una zona más resguardada del frío, salvándolo así de morir congelado.
De modo que, apiñados, congelados de frío y entre delirios desorientados y angustiosos gritos de dolor, transcurrió esa primera noche que parecía ser interminable.
El sábado 14 de octubre amaneció un día soleado.
Los restos del avión se encontraban semi sepultados por la tormenta de nieve de la noche anterior, y los supervivientes hicieron balance del estado de los heridos.
Durante la primera noche fallecieron tres personas: Panchito Abal, Julio Martínez Lamas y el copiloto Lagurara.
La señora Mariani murió pocas horas después.
La primera noche en La sociedad de la nieve
La película relata bastante bien lo que para todos fue un infierno.

Se ve como tuvieron que pasar la noche dentro de un fuselaje caótico en el que se amontonaban los asientos desprendidos de sus anclajes y los equipajes junto a vivos, heridos y muertos.
Es fácil imaginar el frío terrible que tuvieron que pasar aquella noche, y en alguna escena se ve cómo los supervivientes del accidente se abrazaban para compartir su calor corporal.
También se aprecia como alguno de los pasajeros amanece muerto y congelado.


