PRIMERAS EXPEDICIONES EN LOS ANDES
El afán de averiguar dónde estaban o cómo salir de allí para encontrar ayuda, llevó a los supervivientes del Milagro de los Andes a emprender varias expediciones.
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¿Los supervivientes sabían donde estaban?
No tenían la más remota idea de donde estaban. Sólo conocían el dato que les había dado el piloto Lagurara antes de morir: habían pasado Curicó.
En la cabina de los pilotos encontraron cartas de navegación.
Arturo Nogueira, que se había roto las dos piernas, fue el encargado de interpretar aquellas cartas. Encontró Curicó en el mapa y se veía bien claro que era una población de Chile, en el lado oeste de los Andes.
La aguja del altímetro del avión señalaba una altura de 2.500 metros (estaba estropeada, pero ellos no lo sabían), por lo que deducían que las ciudades de Chile no podían estar muy lejos.
Creían que si conseguían traspasar la montaña que les blindaba la vista hacia el oeste, ya podrían divisar los verdes prados chilenos.
Pasaban los días y nadie venía a rescatarlos, por lo que algunos de los supervivientes comenzaron a plantearse la necesidad de alejarse del fuselaje para buscar ayuda.
Martes 17 de octubre: Primera expedición
Roberto Canessa, Fito Strauch, Carlitos Páez y Numa Turcatti emprendieron la marcha a las 7 de la mañana.
Las motivaciones que les hicieron emprender la marcha eran diversas:
- Ver qué había tras la montaña y confirmar que efectivamente, tras ella, al oeste, se encontraban los verdes prados chilenos.
- Encontrar la cola del avión. Quizás allí estarían resguardados otros supervivientes.
Además Carlos Roque les dijo que en la cola del avión estaban las baterías con las que podían hacer funcionar la radio de alta frecuencia para pedir ayuda.
También tendrían acceso a más maletas… y más ropa, que en aquel momento les resultaba tan necesaria para resguardarse del frío.
Fito Strauch tenía otro poderoso motivo, y es que su primo Daniel Shaw era uno de los pasajeros que había salido despedido en el choque. ¿Sería posible encontrarlo?
Durante las primeras horas de caminata, mientras la nieve todavía era firme avanzaban a buen ritmo, equipados con sus botas de rugby.
Pronto se dieron cuenta de que los restos del avión y sus compañeros se volvían invisibles a cierta distancia. Apenas se podía distinguir unas pequeñas manchitas diminutas. Jamás les encontrarían.
En cuanto el hielo comenzó a fundirse, tuvieron que hacer el uso de los almohadones de los asientos del avión atados a sus zapatos para poder seguir avanzando. Estaban empapados y el esfuerzo era tremendo. A la dificultad de caminar con los almohadones, había que sumar la falta de oxígeno de esas altitudes.
Tras algunas horas intentando avanzar, pronto se dieron en cuenta que resultaba más complicado (todavía) de lo que pudiese parecer en un principio.
Apenas avanzaban, estaban agotados y muy debilitados por la falta de alimento. Resultaría imposible.
“Será mejor que volvamos”, dijo Canessa desanimado. Sus compañeros, obstinados, intentaron continuar a pesar de la extenuación… hasta que resignados, admitieron que Roberto tenía razón y que lo más prudente sería volver al fuselaje junto a sus amigos.
Esta pequeña expedición mermó los ánimos de todos los supervivientes, que vieron como ni siquiera los más fuertes habían fracasado en el intento de alejarse mínimamente del fuselaje.
Lunes 23 de Octubre: Segunda Expedición
Tras oír en la radio que ya no les buscaban, supieron que tendrían que salir de allí por sus propios medios, y enseguida organizaron una nueva expedición.
Nando Parrado estaba deseoso de caminar, pero sus compañeros le disuadieron de la idea pues todavía estaba demasiado débil por las heridas que había sufrido en el accidente aéreo.
Una hora después recibir la noticia de la radio, un grupo formado por tres de los muchachos que se encontraban más fuertes, emprendieron la marcha.
Gustavo Zerbino, Numa Turcatti y Daniel Maspons comenzaron a subir la alta montaña que les impedía ver qué había al oeste.
Siguieron el rastro que había dejado el avión al deslizarse por la montaña. Les faltaba el oxígeno y cada 20 o 25 pasos se veían obligados a detenerse para descansar y recuperar el aliento.
Los tres tenían mucha fortaleza física, pero no habían comido casi nada en los últimos once días.
Además, contaban con un equipamiento muy deficiente para hacer frente a las inclemencias meteorológicas. Calzaban mocasines y se abrigaban con jerseys y chaquetas de verano.
Caminaron sin descanso, por una pared helada muy inclinada, y hacia las siete de la tarde se dieron cuenta de que todavía se encontraban a medio camino de la cumbre de la montaña.
Empezaba a oscurecer y sabían que debían resguardarse del frío para pasar la noche, no querían regresar al fuselaje y que el esfuerzo que habían realizado fuese inútil.
Necesitaban encontrar un lugar apropiado o morirían de frío.
Encontraron una zona resguardada y construyeron una pequeña pared con piedras para protegerse del viento. Se acostaron tratando de dormir.
Con la noche llegó el frío, implacable. Era imposible dormir, se veían obligados a golpearse unos a otros para no morir congelados.
Los tres pensaron que no sobrevivirían a esa noche. Vieron claro que morirían congelados.
Con sorpresa vieron aparecer el sol por el Este, y a la vez que se elevaba iba calentando tímidamente sus cuerpos.
Estaban empapados, pero continuaron el ascenso, que parecía interminable.
Encontraron una gran roca que parecía haber recibido un impacto. A su alrededor, había pedazos de metal pertenecientes a una de las alas del avión. Un poco más arriba, encontraron un asiento del avión con el cuerpo de uno de sus amigos, totalmente congelado, todavía atado a él con el cinturón de seguridad.
Más adelante, encontraron los cuerpos de otros tres jugadores de rugby y de dos miembros de la tripulación que habían salidos despedidos de la cola del avión.
Gustavo Zerbino fue recopilando las carteras y algunos objetos personales de cada uno de ellos, con el objetivo de poder entregárselos a sus familias.
Encontraron otros restos del avión: un trozo de motor, parte del sistema de calefacción, el lavabo… pero ni rastro de la cola del avión.
Durante la travesía las gafas de sol de Gustavo Zerbino acabaron de romperse y Daniel Maspons perdió un zapato. El primero estaba totalmente ciego por las quemaduras que el sol le produjo en las córneas y el segundo ni siquiera se había dado cuenta de haber perdido el zapato, pues tenía el pie tan congelado que no lo sentía.
Regresaron al fuselaje en un estado lamentable que impactó sobremanera a los compañeros que les esperaban en el avión.
Tenían los pies medio congelados y un aspecto desastroso después de pasar la noche a la intemperie.
Zerbino, completamente ciego, necesitó mantener los ojos vendados durante los dos días siguientes, y ni siquiera así conseguía ver más que sombras.
Esta expedición les sirvió a todos para darse cuenta de la dureza de la montaña, pues una expedición de tan sólo un día había acabado con tres de los chicos más fuertes.
Domingo 5 de noviembre: Tercera expedición
Tras el alud, los supervivientes comprendieron la urgencia de caminar en busca de ayuda, y comenzaron a formar a un equipo de expedicionarios (que gozarían de mayores comodidades que los demás para reservar fuerzas) con el objetivo de encontrar ayuda.
El domingo 5 de noviembre, 7 días después de la avalancha, Carlitos Páez, Roy Harley y Tintín salieron a las once de la mañana.
El objetivo era probarse a sí mismos como expedicionarios, y el plan era bajar hacia el valle hasta la gran montaña del otro lado y volver ese mismo día.
Cuando comenzaron la expedición, les resultaba fácil avanzar. La nieve todavía estaba dura y caminar cuesta abajo les suponía poco esfuerzo.
En su camino, encontraron algunos restos del avión: una puerta, un termo roto, un poco de hierba mate, una taza con restos de café y una papelera en la que encontraron trozos de caramelos que repartieron.
A medida que avanzaban se percataron de lo engañosas que eran las distancias en la montaña, y es que a pesar de caminar durante horas, la montaña que pretendían alcanzar y que aparentemente estaba a tiro de piedra, continuaba a la misma distancia.
La nieve se ablandó y comenzaban a enterrarse hasta las rodillas a cada paso, así que a las 3 de la tarde decidieron regresar al avión.
Enseguida se dieron cuenta que el ascenso de regreso al avión no sería tan sencillo como la bajada. Además, comenzó a nevar.
Estaban extremadamente cansados, al límite de sus fuerzas, y el ánimo de Roy Harley y Carlitos Páez decayó.
Ambos lloraban mientras decían que no podían continuar. Estaban desesperados y se veían incapaces de llegar hasta el avión.
Vizintín tuvo que recurrir a una mezcla de frases de ánimo e insultos para conseguir que siguiesen caminando.
Cuando llegaron al avión, ya se había puesto el sol. Extenuados se arrastraron hasta el interior del avión y contaron a sus compañeros la dureza de lo que habían vivido.
“Era imposible. Era imposible y me derrumbé; deseaba morirme y lloraba como un niño”, les dijo Carlitos mientras Roy no dejaba de sollozar.
“Fue duro. Pero posible”. Añadió Vizintín, convirtiéndose así en el 4º miembro definitivo del equipo de expedicionarios, junto a Roberto Canessa, Nando Parrado y Numa Turcatti.
En las siguientes expediciones encontraron la cola del avión.
Las primeras expediciones en La sociedad de la nieve
En la película La sociedad de la nieve se escenifican las diversas expediciones que llevaron a cabo los supervivientes.
Además, en el grupo inicial de expedicionarios se encontraba Numa Turcatti, que narra en primera persona dichas excursiones.
En la primera, tratando de encontrar la cola del avión, se dan cuenta de que el fuselaje se camuflaba en la nieve, sería imposible que les viesen:
La segunda expedición también se relata en la película con bastante detalle y tal y como sucedió en la realidad:
Zerbino, Turcatti y Maspons emprendieron camino para tratar de encontrar las baterías del avión para poder hacer uso de la radio.
No encontraron la cola del avión, pero sí algunos restos y los cuerpos de algunos de los pasajeros que habían salido despedidos del avión:
La noche les alcanza y deben pasarla a la intemperie. Esto casi les cuesta la vida.
Regresan -de milagro- y en muy mal estado al fuselaje.
Se ve una escena en la que Gustavo Zerbino yace con los ojos vendados y en la que Canessa comprueba que se le mueven los dientes:
Sin embargo, no se hace mención de la tercera expedición en película La sociedad de la nieve.
Fue la expedición llevada a cabo por Carlitos Páez, Roy Harley y Vizintín y en la que este último se confirmó como candidato a formar parte del equipo de expedicionarios.